martes, 2 de septiembre de 2014

Lo sagrado es profanable



Creo que a estas alturas del partido, ustedes ya conocen los detalles de la suspensión de la apertura de la exposición  Mujeres ocultas de María Eugenia Trujillo: hace un par de días, un grupo de católicos furibundos interpusieron una decena de tutelas en las que solicitaban que se prohibiera la exposición. ¿La razón? Según los accionantes la obra de la artista plástica laceraba sus creencias y ofendía a su dios. Bajo aquel entendido, el hecho de permitir la exposición daría como inmediata consecuencia la vulneración de los derechos al libre desarrollo de la personalidad y a la libertad de cultos de los católicos (eso decían).

Todo parecía una pataleta más de una horda de fanáticos religiosos para quienes sólo su verdad puede ser mostrada, pero no, un magistrado del Tribunal de Cundinamarca pensó que aquel argumento era lo suficientemente sólido para decretar como medida cautelar la prohibición de que se abriera la exhibición y ahí fue Troya. Y lo fue porque el Tribunal de forma se pifió y con ganas. Una medida cautelar dentro de un proceso de tutela sólo se puede tomar cuando hay una probable (y con esta palabra quiero indicar que el grado de certeza sea superior al 50% por decirlo de alguna manera) violación de derechos fundamentales de una persona. No por capricho. No por darles gusto a un cúmulo de trolls. Y pues bueno, al momento de escribir esta entrada no se ha resuelto todavía la tutela (que debería salir contraria a los intereses de los demandantes) y el caso sigue.

De todas formas, esta mañana leí la entrevista que le hizo la revista Arcadia al estudiante de derecho que armó los esqueletos de las tutelas y quiero hacerle unos comentarios. Empecemos.



¿Usted a qué se dedica?

Yo soy estudiante de derecho en la Universidad Republicana de Colombia. También he venido trabajando haciéndole seguimiento a distintos tipos de fenómenos pero no enfocados en el derecho sino en la sociología. Me he convertido en referente para algunos colectivos específicos.


¿De qué tipo de colectivos está hablando?

No son grupos constituidos en personería jurídica, sino grupos de personas con intereses comunes. El común denominador  es que son grupos de personas abiertamente católicas y practicantes. Personalmente, también soy católico y practicante. Eso ha generado cierta afinidad. Para ellos resulta muy atractivo contar con alguien desde el lado jurídico que comparta las mismas inquietudes y que sea coherente con sus líneas de pensamiento.

Hablando específicamente de la exposición Mujeres ocultas, ¿alguno de estos grupos lo contactó para promover la serie de tutelas?

La cosa es la siguiente: la exposición ya se había hecho en Cartagena. Cuando se habló de traer la obra a Bogotá, y de utilizar el antiguo claustro de la Iglesia del Santa Clara, pues pasó algo muy curioso: los colombianos católicos se sintieron gravemente ofendidos. Hace unos 15 días Voto Católico convocó a gente a firmar una recolección de firmas y de esa manera presentar una solicitud a la ministra de Cultura y a la directora del museo, pidiéndoles que retiraran la obra de la agenda del museo. No hubo una respuesta que la gente considerara decorosa de parte del ministerio y del museo. Básicamente, desacreditaron las posturas manifestadas por la gente de la recolección de firmas y desestimaron la solicitud. De inmediato gente se empieza a poner en contacto conmigo.

En primer lugar me llama la atención que el señor estudiante de derecho arrogue la vocería de los católicos a un grupúsculo intolerante, que no es sino uno más de los tantos que hay en el país. Para no ir tan lejos, les cuento que el colectivo Católicas por el Derecho a Decidir apoya la exposición y se opone a la censura de la que fue objeto la artista Trujillo por parte de los administradores de justicia del Tribunal. También me parece inocuo el argumento del señor estudiante de derecho de que como hubo una supuesta recolección de firmas por parte del colectivo con el cual tiene afinidades (según la respuesta anterior), la solicitud de prohibición debió haber sido tomada en cuenta. Pero no. Al señor estudiante de derecho se le olvida que en Colombia uno puede exponer sus obras a pesar de que a un numeroso grupo de ciudadanos no les guste. No es sino recordar lo dicho por la Corte Constitucional en la sentencia T-104 de 1996 

“En un Estado como el que define la Constitución, en el que las personas son moralmente autónomas, a nadie puede impedírsele difundir o tener acceso a las obras que quiera, so pretexto de su contenido inmoral o antiestético.  El hacerlo, entrañaría un acto de censura, proscrito de nuestro ordenamiento constitucional y violatorio del derecho a la difusión de la expresión artística.  La censura consiste, precisamente, en prohibir o recortar la difusión de cualquier idea por la sola razón de ser contraria a una ideología determinada, incluso si dicha ideología es la acogida por la mayoría de habitantes de una región o de todo el territorio colombiano”.


¿Gente de Voto Católico?

No. Me contactaron personas de un grupo de oración llamado Ejercito del Santo Rosario. No estamos hablando de Voto Católico, Colombia Derecha, Restauración Nacional, sino de un grupo que se reúne a rezar el rosario. Me buscaron para ver si en materia de derecho se puede hacer algo. Me contaron que sienten que la exposición es abiertamente ofensiva, lesiva, que incita al odio y la violencia y que ridiculiza nuestro ejercicio libre de culto y nuestro libre desarrollo a la personalidad. Entonces yo digo: la acción de tutela es la más cercana y ofrece de entrada una garantía de que se puede hacer algo ya después de que la ministra de Cultura envió correos electrónicos a todos los firmantes de la petición de Voto Católico diciéndoles que lo lamentaba pero que la exposición seguía adelante.

Dice el estudiante de derecho que la exposición incita al odio y a la violencia. Yo por el contrario, creo que quienes incitan al odio y a la violencia son los miembros del mismo grupo católico, que amenazan a todo aquel que no piense como ellos y constantemente están atosigando a todo aquel que no anda rezándole a la virgen los tres avemarías del día. Además ¿alguien me puede explicar cómo es eso de ridiculizar el libre desarrollo a la personalidad? Yo sé que ese derecho se puede violar o vulnerar cuando se le prohíbe a un chico tener el pelo largo…pero de ahí a ridiculizar y más por una exposición de arte…no sé. Creo que a quien sí le violaron si derecho a la libre expresión fue a la artista plástica al no permitirle expresarse. En tal sentido, creo más bien que el Tribunal violó el derecho fundamental de una persona, al querer —de manera torpe— defender la ficción de un grupo de ciudadanos. 

¿Usted mismo también presentó una tutela?

No. No lo hice porque muy probablemente en el transcurso de las tutelas yo iba a tener que actuar. Consideré que uno no puede ser juez y parte. Yo fui el encargado de la substanciación, por así decirlo. Me encargué de reunirme con las personas y mirar que es lo que ellos querían hacer. Me di cuenta que había un denominador común y entonces redacté la tutela. Y de esta manera ya luego las personas la leyeron y me pidieron que se las hiciera llegar a los tribunales de Cundinamarca. Y fue un proceso limpio.

¿Juez y parte? ¿Es que al caso iba a fallar las acciones de tutela?

¿Si no hubiera tenido el conflicto de ser juez y parte hubiera presentado una tutela?

De hecho estoy todavía en derecho de hacerlo.

¿Y lo haría?

Efectivamente. Porque encuentro una coherencia absoluta entre el sentimiento de las personas que presentaron las tutelas de que se está violando una serie de derechos y de principios constitucionales. Y por eso precisamente me buscaron. Aquí no estamos hablando de honorarios. Esto es un trabajo ad honorem.

Se necesita más que un sentimiento para decir que hay vulneración de derechos fundamentales. Por ejemplo, el hecho de prohibirle la exposición a una artista porque a un grupo de ciudadanos no les gusta, es mandar al carajo el pluralismo del que se habla en el acápite de principios en la Constitución y es de paso vulnerarle el derecho fundamental a la libre expresión.



¿Y qué acción tomaría si el juez eventualmente permite la exposición?

En nuestro país pasa algo. Así la persona gane o pierda la tutela, esta va a revisión. Y aquí efectivamente entramos a lo que hace más especial lo que pasó. Esto no fue un ataque personal contra la artista, la ministra ni a la directora del museo. No se trató de rencores o venganza. Aquí se va a abrir un hito, que vamos a empezar a mirar muchos conceptos de la constitución pero que esta es un poco parca a la hora de tratar. Cuando uno coge la constitución nos dice que habrá libertad de cultos y que toda persona podrá propender su fe de manera pública o privada. Pero en ningún momento dice que el estado colombiano se comprometerá a garantizar esto a través de algún mecanismo. No nos dice como el estado colombiano favorece eso.

El señor estudiante de derecho confunde el culo con las témporas. La revisión es un mecanismo extraordinario que a veces se puede dar, como también puede que no. En todo caso, la decisión que tomen los magistrados de la Corte Constitucional deberá estar conforme a la Constitución y por tanto, en vista de los precedentes que le dan la razón a la artista y no al grupo de ciudadanos ofuscados, lo más seguro es que se les falle en contra. Además, contrario a lo que dice el señor estudiante, no se va abrir un hito sino va a haber una reiteración de jurisprudencia y la corrección de un error gigantesco que debe ser reparado.

Frente a las declaraciones sobre la libertad de cultos, me parece que el señor estudiante o no ha leído el desarrollo jurisprudencial de la Corte Constitucional o simplemente hace caso omiso de él. Contrario a lo que dice SÍ hay una gigantesca jurisprudencia en la que se muestra como se ha defendido la libertad de cultos en nuestro país. La cuestión es que el concepto de libertad de cultos nunca va a ser igual a la imposición de una idea por encima de otra. En ningún momento se le ha impedido al señor estudiante de derecho ir a rezar a su iglesia, ni nada por el estilo como consecuencia de la exposición.

¿Entonces ustedes quieren reformar la constitución?

No. Hay un autor colombiano que habla mucho del reformismo crónico de las constituciones políticas. Más que una reforma, lo que se tiene que hacer es entrar a mirar los alcances de la norma. Si hay una norma que es tan amplia, tendrán que empezarse a hablar como se debe hacer pero todo en la hermenéutica del respeto. Mientras se haga todo dentro del respeto esto no tiene porque convertirse en un “dame y lleva”. Hicimos uso de un mecanismo constitucional que está a la mano de cualquier colombiano que sienta que hay una entidad pública o privada que está violando sus derechos fundamentales. Aquí se va a empezar a hablar por primera vez desde la constitución de 1991 cuales son lo alcances y el espíritu de la norma constitucional en cuanto a libertad de culto. 

El señor estudiante de derecho toca un punto que me parece que él mismo debería analizar: los alcances de la norma. Todos sabemos que en la Constitución existe una serie de derechos, cuya interpretación y alcance los conocemos por la lectura de la jurisprudencia. La Corte Constitucional es—según nuestra Carta Política— la guardiana de la Constitución y en tal sentido, sus sentencias son una suerte de piedra Rosetta sobre nuestros derechos fundamentales. Llama la atención la forma en la que el señor estudiante de derecho esgrime que se va a empezar a hablar sobre la libertad de cultos, como si no hubiera sentencias precedentes sobre el tema. Esto me hace pensar que todavía le falta un largo mar por descubrir.



¿Qué sabe de las amenazas de muerte contra la directora del museo?

Es lamentable. Realmente no tengo conocimiento. Hay que mirar la naturaleza y de donde viene la amenaza. Yo conozco uno a uno los 76 accionantes de la tutela y sé que son gente incapaz de hacer eso porque usted mira y son gente ya grande y no son niños de 16 años que de pronto en un momento de rabia pueden hacer o decir eso.

Personalmente el día de ayer estuve frente al museo y allí si fue abordado e intimidado por una serie de personas que estaban en contra de la tutela. Estaba una posición cómodo y segura por qué había Guardia Presidencial a ambos lados. ¿Qué se me ha manifestado en estos días? Pues amenazas. En eso entiendo la posición de la directora del museo. Si a ella la han amenazado pues a mí también. Con la diferencia de que yo no gozo de un protocolo de seguridad. 

En otras ocasiones he tenido que evidenciar como jaquean cuentas y correos y desde esos correos que pertenecen a la contraparte empiezan a auto amenazarse. No estoy diciendo que sea el caso. Solo digo que como pudo ser personas no del Ejercito del Santo Rosario, que dudo mucho, pudo también ser personas de los mismos que se sienten atacados o censurados por la tutela que estén generando esa retórica. Porque ya hemos visto eso. Nosotros nos fuimos por vías de ley con la tutela.

No sé por qué siempre toman esa actitud victimista luego de que existe una amenaza contra sus contrapartes. Esa actitud de “si la amenazan, pues a mí también y yo soy un pobre angelito sin escolta” no me parece que quede bien. Si tiene amenazas en su contra, el señor estudiante de derecho puede ir a la Fiscalía a denunciar. Tampoco me parece muy correcto de su parte sugerir de forma inopinada y tonta que existe una operación de auto-amenazas por parte de la directora del Museo, porque estaría empezando de una presunción de culpabilidad realmente ridícula. Sobre todo teniendo en cuenta que por parte de miembros de aquellos grupos de presión cristianos ya se han dado casos de amenazas en contra de aquellos que no piensan como ellos.   

¿Usted entonces cree que es más probable que las amenazas vengan desde adentro y no de una persona religiosa molesta con la exposición?

 Usted está hablando de dos fenómenos distintos. No estoy desmintiendo el tema de las amenazas. No tengo conocimiento. No las he visto. Supongo que si efectivamente se han dado la señora ministra o la directora del museo pedirán a las autoridades competentes que les presten asesoría y harán pruebas de peritazgo para determinar si las amenazas efectivamente provienen de un agente externo o si fue de una persona que accedió ilícitamente a cuentas de correo. ¿Qué si creo que algún religioso lo hizo? No lo puedo creer. Porque efectivamente uno de los elementos que me hizo creer en las tutelas fue la coherencia. Estoy pidiendo al gobierno colombiano la defensa de unos derechos fundamentales. Lo hago porque reconozco que efectivamente no estoy vulnerando los derechos de nadie.

Inicia el señor estudiante de derecho diciendo que la entrevistadora está “hablando de dos fenómenos distintos”, pero no indica cuáles, ni tampoco a qué hace referencia con “fenómenos”. Sin embargo es cierto que en la respuesta anterior, el señor estudiante sugiere levemente que puede existir una especie de operación de bandera blanca, razón por la cual se le hace la pregunta. Llama la atención que el estudiante de derecho no está enterado de cómo funciona nuestro Estado, porque las tutelas no se presentan ante el gobierno colombiano, sino ante los jueces de la República que son otras personas diferentes.

Además, contrario a lo que dice el señor estudiante de derecho, con su tutela está pidiendo que se le vulnere el derecho de la artista a la libre expresión.

Usted no, pero eso no quiere decir que haya gente que sienta mucha rabia hacia la exposición...

Pues mire, lo que he visto en general es que el católico en Colombia es de aguante. Ya hemos sido humillados, vilipendiados, ridiculizados desde hace muchos años. Nosotros no estamos pidiendo que no nos traten feo. Estamos pidiendo que aquello que para nosotros y que nuestra cultura ha definido como sagrado se mantenga en esos limites. Porque la sacralidad ha sido imprimida también por la tradición de la gente. De la misma manera como una custodia, que es un objeto sagrado, puede ser pisoteado, entonces la vida que también ha sido considerada como sagrada podría ser pisoteada y los recursos públicos que se hablan como recursos sagrados también pueden ser pisoteados. Con esta exposición están generando una violencia simbólica. Ahora, no he sentido de parte de los accionantes o de la gente con la que he hablado ese tipo de rabias o deseos de querer tomarse la justicia por sus propias manos.

Esto ya me parece absurdo. “Católico de aguante”. Al parecer el señor estudiante de derecho no fue a las clases de historia del colegio para enterarse que estuvimos bajo un Estado confesional y católico durante más de cien años, y que fue a la iglesia católica a la que se le entregó hasta la educación. El poder e influencia de la iglesia católica en la historia de Colombia siempre ha sido grande y se le ha dado desde dinero y exenciones tributarias hasta participación en decisiones estatales, lo cual en términos directos quiere decir que la iglesia tuvo el poder de promover la discriminación (¿se acuerdan aquello de los hijos naturales?), la persecución del pensamiento diferente y en fin, tantas cosas que nos mantienen como una rémora del desarrollo.  

También considero que comparar algo tan inherente al ser humano como la vida con un pedazo de lata es una tontería. Ya que habla de recursos públicos y recursos sagrados, debería el señor acordarse que su iglesia no paga impuestos y por tanto “desacraliza” un elemento tan importante del Estado como el presupuesto. Pero bueno, eso es harina de otro costal. Me parece que la violencia simbólica es la que propugna los grupos católicos como los del señor estudiante de derecho, que se oponen al pluralismo y quieren prohibir que alguien diga algo diferente a lo que ellos consideran su verdad absoluta.


¿Qué es lo que le molesta específicamente de la obra de María Eugenia Trujillo?

La obra fue presentada en Cartagena de una manera diferente a como fue presentada en Bogotá. Toda obra de arte tiene una curaduría, una explicación genérica de lo que es la obra y de lo que quiere conseguir. En el Palacio de Inquisición de Cartagena se hizo la presentación de la obra y ahí, dentro del elemento formal de presentación, se hablaba de las mujeres que eran desfloradas, violadas, sometidas, subyugadas, esclavizadas con la aprobación y bendición de la iglesia católica. Eso para Cartagena. Cuando llega a Bogotá cambian completamente el concepto de la curaduría, no de las obras. Entonces dicen: es una muestra que trata de reivindicar a la mujer subyugada y sometida a través de la historia.  Aquí pasa lo siguiente: el Museo Santa Clara era un convento de las monjas clarisas, monjas de clausura, luego por el proceso de transito de convento a museo, se volvió un museo de arte religioso. Y tenía la finalidad de servir como acervo de toda esa cultura arquitectónica, de ornato, literaria, de la Bogotá colonial. Siempre se ha denominado como museo de arte religioso. El espacio en si mismo habla de manera directa de la creencia de los católicos, era un lugar de culto.


Aquí el señor estudiante de derecho manda al tártaro toda su retórica sobre los derechos fundamentales y deja de presente la verdadera razón de la búsqueda de la prohibición: no le gusta la exposición a causa del lugar. Sí, así de sencillo. El problema es de interpretación y por tanto, imitando aquellos viejos inquisidores de la Edad Media, si algo no me gusta, pues busco su prohibición. O lo quemo. 



¿Entonces si la exposición hubiera sido en otro lugar no hubieran interpuesto las tutelas?

Lo que pasa es que hay un valor agregado. Usando toda esta atmósfera de la exposición, la artista lo que hace es que entra a tomar elementos del culto católico y los combina con formas sugestivas donde hay cavidades vaginales y otro tipo de partes de cuerpo femenino con el fin de reivindicar. Pero se está valiendo además de ornato, de imágenes y de elementos del culto católico que la misma sociedad ha adoptado como sagrados. Elementos que para los católicos están revertidos de una mística fundamental. La custodia es algo tan delicado que solo el sacerdote puede tocarla. Porque la custodia es donde queda contenido el santísimo sacramento que es la presencia real de Cristo y de Dios. Tan delicado y sagrado es para nosotros, que incluso dentro de la misma iglesia hay restricciones en cuanto a su acceso.

¿Que la sociedad ha adoptado como sagrados? Yo hago parte de la sociedad colombiana y no considero aquellos objetos como sagrados, de la misma manera que muchos otros ciudadanos del país que no son católicos. Si “la custodia” y demás objetos son tan sagrados dentro de su rito católico, pues ellos pueden hacer dentro de su iglesia toda clase de parafernalias que les dé la gana, pero por favor, no nos las quieran imponer o sino van a tener vehementes respuestas de nuestra parte sobre sus latas.

Si nos centramos en las mujeres católicas que presentaron la tutela, ellas no se sienten reivindicadas. Se sienten más bien ridiculizadas porque yo no puedo decir que una manera de proteger algo es exponerlo, no puedo decir que una manera de respetar el cuerpo de la mujer como algo sagrado, sea exponiéndolo a través de la vulneración de un elemento que forma parte de la personalidad de muchas mujeres colombianas. La mayoría de las mujeres colombianas son católicas y una de las formas que ellas expresan su religiosidad es a través de los elementos que se utilizan para el culto. Y cuando yo ridiculizo o propendo un irrespeto contra un elemento de culto, estoy yéndome contra el elemento litúrgico y cuando hago eso estoy yendo en contra del elemento doctrinal y cuando hago eso voy en contra del elemento formal de la manera como yo creo, vivo y expreso mi fe. Y en la medida en que algo atente contra eso me está violando mi derecho a la libertad de expresión.

Sobre este punto ya hablé al principio de esta entrada. Es falso decir que las mujeres católicas (sí, con el categorismo más absoluto) se siente ofendidas porque ya mostré que no es verdad. Aun así, si se sintiesen ridiculizadas pues hombre, que hagan alguna crítica u otra exposición. Estamos en una sociedad pluralista en donde la libertad de expresión nos permite criticar modelos antiguos y desacralizar aquello que para algunos es inmodificable. El argumento de la mayoría no es de recibo porque implicaría que estuviésemos en una tiranía de la mayoría (en la que no estamos), en lugar de una democracia en donde todos tienen voz y voto para decir las cosas. Es en eso que consiste el derecho a expresarse libremente y no como dice el señor estudiante de derecho en que si no me gusta algo, pues entonces lo prohíbo.

Usted habla de libertad de expresión pero ¿qué pasa con la de María Eugenia Trujillo?

El catálogo de derechos de la constitución política de Colombia tiene un límite de ejercicio. Por ejemplo, si a mí mañana me parece que es bueno decir que Nietzsche, Marx y todos los ateos son asnos, yo tengo derecho a hacerlo, pero ¿qué pasa cuando yo lo aterrizo a una realidad específica? Mi derecho de libertad de expresión tiene un límite y ese limite es mientras yo no vaya en contra de los derechos de otros. Estas expresiones artísticas generan irrespeto y violencia simbólica. Si hay algo que la sociedad ha considerado sagrado por tanto siglos es pisoteada, entonces todo aquello que tiene esos tintes de sacralidad podría ser pisoteado. Decir sagrado es como las sociedades, en su proceso histórico, han ido creando unas instituciones, derechos y principios que son intocables e innegables. Entonces la artista tiene pleno derecho a ejercer su libertad de expresión en la medida en que el ejercicio de ese derecho no vaya en contra en contravía de los derechos de otro. 

Aquí empieza el señor estudiante de derecho a mostrar su flaqueza en conocimientos jurídicos o mejor de sentido común. ¿Uno como “aterriza” eso de que “que Nietzsche, Marx y todos los ateos son asnos”? o peor aún ¿Cómo afecta el derecho de los otros el hecho de que alguien diga que “Nietzsche, Marx y todos los ateos son asnos”? Está claro que los derechos tienen límites pero no son las estolideces expresadas por el señor estudiante de derecho (sí, también estoy haciendo uso de mi libertad de expresión para decir que las declaraciones del supuesto cuasiabogado son ridículas. ¿Eso quiere decir que estoy “aterrizando” los límites o que todavía siguen en vuelo?). 




¿Por qué creen que la exposición atenta contra el derecho a la libertad del culto?

Afecta la libertad de culto por la violencia simbólica. Lo que está haciendo es tomar, por ejemplo, las profundas creencias católicas y transmitirlas como si fueran un escenario de manipulación, subyugación, dominación y violación de la mujer. 

Lo que el señor estudiante de derecho expresa es su opinión de la obra, no un hecho de violencia. Una opinión que me parece cegada por el dogmatismo, puesto que la teleología de la exposición no está ni cerca de su interpretación, aunque ese no es el motivo de discusión en este momento.

¿Entonces las expresiones artísticas que critican la religión católica son censurables?

Lo que pasa es que ese término no ha sido traído a colación: censura. Aquí no hay censura. Y menos censura previa. Aquí simplemente hay un ejercicio por parte del Estado que le confiere la constitución. El Estado aquí no está censurando. Hay personas que sienten que sus derechos fundamentales están siendo vulnerados y el Estado tiene que garantizar varias cosas: primero, que le estoy dando la oportunidad a la artista de demostrar que su obra no es ofensiva. Aquí no hay censura porque todos los tratados internacionales dicen: la libertad de expresión, enciso siguiente: esta libertad en caso de inminente contraposición con los derechos del otro tendrá que ser estudiada por el estado y tendrá que determinarse a través de la moral, de la costumbre. Tienen que entrar a mirarlo desde el contexto específico. 

El Tribunal prohíbe la exposición y “no hay censura”. ¡Qué maravilla! Qué maravilla que ahora la prohibición de la expresión de una artista sea un “ejercicio” de Estado.  Y después se preguntan por qué hay algunos que defendemos el laicismo a ultranza… No voy a comentar sobre los débiles argumentos jurídicos del señor estudiante de derecho, porque son absurdos y demuestran una falta de conocimientos jurídicos (o peor, de sentido común) gigantesca que cualquiera puede observar fácilmente sin necesidad de estudiar derecho.


Si no es censura, ¿usted como llamaría el posible evento de que un juez cierre del todo la exposición?

Insisto. No es censura. Es el ejercicio de un derecho de acción de tutela. El ejercicio al derecho que tengo de que el Estado favorezca y garantice el ejercicio de mis derechos. Incluso el mismo auto de la tutela dice: esto no va en contraposición de la libertad que tiene el museo y la artista. Simplemente es que si a mi viene un grupo de 75 personas y me dicen esa exposición va en contravía de sus creencias, su dignidad humana, su libertad de culto, de su libre desarrollo de la personalidad, yo como Estado tengo que decir: un momento, esta gente los está acusando a ustedes de esto, demuéstrenme si es cierto o no lo es. Si no es cierto, las medidas cautelares simplemente se levantan y la exposición sigue. Las medidas cautelares no son censura. Nosotros no hemos ganado la sentencia. A nosotros simplemente nos dieron una medida preventiva esperando que se pueda aclarar la situación. 


Ahora la prohibición de la exposición de una obra artística se llama “ejercicio de un derecho de acción de tutela”. El resto de sus declaraciones me hacen pensar que el señor estudiante de derecho no sabe en qué clase de Estado vivimos, ni en qué época andamos. Sin embargo, ahí les comparto la entrevista de la revista Arcadia para que sean ahora ustedes quienes tomen sus propias posiciones y bueno, como lo dije al principio, ojalá el Tribunal corrija aquel chascarrillo que ocasionó.  

martes, 26 de agosto de 2014

Crónicas Eladiolinacerescas 2: Mi primer cine en París



La primera semana que estuve en París no visité ninguno de los lugares emblemáticos de la ciudad.  A Europa llegué un sábado a la una y pico de la tarde, madrugada colombiana. Era el último día del mes de agosto y hacía un calor infernal que sobrepasaba los 30 grados centígrados. Como había viajado desde Bogotá, tenía puesto un buzo verde que las compañeras de mi oficina me habían regalado de despedida y una camiseta blanca que dejaba en evidencia litros de sudor a causa del gigantesco calor que se sentía (por no mencionar las tres maletotas que llevaba en mi mano, espalda y cuello). En Madrid estuve cinco horas, caminando por el aeropuerto, siendo maltratado por los funcionarios españoles de las aerolíneas, descubriendo los nuevos tomacorrientes en los que no entraban mis enchufes (que me llevaron a economizar la energía del celular, el Ipad y el computador) y llevándome las manos a la cabeza cada vez que veía los precios en los puestos de comidas (sí, al final terminaría comprando un sándwich con una lata de coca cola en 9 euros).





Por aquel entonces estaba con ganas de descubrir La ciudad de las luces, de observar todas aquellas musas que tantas personas de distintas nacionalidades habían visto y sentido. Llevaba en mi mano derecha la última edición conmemorativa de Rayuela que había leído tanto, animado por la idea de aterrizar en París,  enamorarme de la ciudad, caminar por los distintos caminos mágicos de un lugar casi mítico que se mantiene con los años y pasar por el Pont des Arts para mirar al horizonte como la Maga, convencido de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo del dentífrico. Pero no, más tarde que temprano me enteré que la París de hoy no se parece mucho a la que caminó Horacio Oliveira (¡ah! y por cierto, Rayuela volvería a Colombia por medio de una amiga en febrero del año siguiente, es decir cinco meses después de mi llegada).




En todo caso, luego de un viaje de más de diez horas de Colombia a España, cinco horas en el aeropuerto y otras dos saliendo con dirección a la capital de Francia, llegaría al aeropuerto de Orly, sin ver la torre Eiffel o alguno de esos monumentos que tanto hay en las postales. Fui hasta a Gambetta, ubicado en el vingtième arrondissement, que supuestamente es uno de los más peligroso de París (exagerados) y que sería mi lugar de residencia hasta febrero del otro año, mes en el cual me echaron porque necesitaban arrendarle la habitación a alguien más (sí, porque acá a uno lo echan así pague si no se tiene contrato).    



Me recibió la señora dueña de la casa, con la que había estado en contacto por correo electrónico desde hacía un par de semanas. Ella había estado viendo televisión (como de costumbre) hasta la hora de mi llegada. Me saludó en francés y yo le respondí con un tímido y mal pronunciado bonsoir, que por otro lado, estaba lleno de temblor y del miedo que tenía al ser la primera vez que me enfrentaba a un idioma extranjero sin la pequeña seguridad de que mi receptor sabría algo de español. Siempre quedaba la posibilidad del inglés, pero el problema con algunos franceses es que lo hablan tan mal, que inmediatamente cortan la comunicación. Pero no es culpa de ellos, ni tampoco mía, son sólo cosas que pasan. Afortunadamente nos pudimos entender y esto llevó a que la señora me mostrara una habitación pequeña en el primer piso de su casa (sí, afortunadamente era una casa), que si bien era demasiado pequeña (permítanme que insista, pero hasta el momento no tenía clara las proporciones de la palabra pequeña), sería mi lugar de reposo durante el primer mes de estadía. Le di las gracias por todo y luego de haberle pedido la clave del Wi-Fi, llamé a mis papás para decirles que había llegado bien. Luego me fui a dormir. O bueno, me puse a hojear los tres libros con los que llegué (Rayuela, El nacimiento de la tragedia de Nietzsche y How to be alone) porque no tenía sueño, pero tampoco la concentración para zambullirme en las palabras.






Mis sentimientos en aquel momento eran confusos. O más bien, mezclados. Por un lado estaba la impaciencia de comerme la ciudad, pero por el otro el miedo de estar por primera vez lejos del país, en un lugar lejano, cuyo idioma apenas sí conocía. No sabía si iba a poder cumplir el objetivo por el que vine (y naturalmente, todavía no sé si lo voy a cumplir pero yo ando más relajado) y estaba ansioso de hacer de todo, de pasar por todos los lugares turísticos lo más rápido posible, de hablar francés como un nativo y tantas otras cosas que se han venido perdiendo o aplacando con el paso del tiempo y la realidad.








El caso es que aquella noche no pude dormirme sino hasta las 5 de la mañana, un par de minutos antes de que saliera el sol. Eso llevó a que al otro día me despertara sobre las tres de la tarde y empezara a caminar por el barrio, con el miedo de perderme y de luego no saber cómo volver a mi casa. Caminé bastante, intentando recordar algunas tiendas y calles para el regreso. Encontré en aquel paseíto (milagrosamente abiertas, porque era domingo y en Europa, el domingo no se abra nada) una tienda de objetos electrónicos donde vendían el adaptador que necesitaba para mi enchufe y un Carrefour donde hice mis primeras compritas en idioma extranjero (coca cola, galletas de chocolate, pan, queso y jamón). Luego de cargada la batería del celular, volví a salir para tomar fotos de aquellas filas de carros tan comunes en París, pero tan insólitas para mí, que estaba acostumbrado a que los carros estuvieran principalmente en los parqueaderos. No fue la gran cosa. O de pronto sí, para aquel provinciano llegado a una ciudad que creía extraordinaria y donde cualquier memez le parecía algo maravilloso. En todo caso, como aquel día, no fui en aquella semana a ninguno de los (tantos) monumentos de la ciudad, puesto que estuve el lunes en la plaza de la République comprando una sim card (que un mes después perdería en Polonia) y viendo la manifestación de turno; el martes en el cementerio Père Lachaise (cuyas fotos publicaré en una entrega futura); el miércoles yendo a la Oficina de Inmigración; el jueves visitando el Barrio Latino y el viernes descansando del gigantesco calor (ausente este año) luego de comprar una pizza (que bien cara sí me salió) y unas cervezas que me tomé en mi cuarto al son de una película.  





   

Por tanto cuando llegó el sábado no sabía qué hacer: si ir a visitar de una vez los monumentos o hacer otra vaina. Ganó la otra vaina y me fui a visitar uno de los barrios que había conocido de oídas a través de Rayuela: Saint-Germain-des-Prés. Para tal efecto me fui hasta la parada de metro más cercana, tomé la línea 3 hasta Réaumur-Sebastopol, donde cambiaría a la 4 y llegaría a la estación Odéon, donde me bajaría dizque para ir conociendo los alrededores. Fue por allá que mi estómago me informó que debía comer y para tales efectos entré a uno de esos restaurantes griegos y “baratos”, donde los cocineros no son griegos pero miran feo. En aquel lugar pagué como 8 euros por el combo de Kebap (A.K.A. Gyro), papas y gaseosa, y me senté en una esquinita, al lado de varios turistas a esperar la comida y a pensar qué iba a encontrar en Saint Germain. Pasaron aproximadamente como diez minutos antes de que el señor de la caja me llamara para que cogiera mi pedido y fuera a comer. Debo mencionar que el dichoso señor era español y hablaba con un acento fuerte, casi grosero, que hacía su aparición ya fuese en inglés o francés.

También, que la formule me ganó. No pude comerme todo y por ello le pedí al señor de la caja que me lo empacara para llevar. Debo decir que se lo pedí en español y el tipo me respondió en español “claro no te preocupes”, con aquella tuteada tan propia de los ibéricos. Inmediatamente botó la comida que había en mi bandeja a la basura e inmediatamente a ese hecho inopinado le hice el reclamo:

— ¡Pero si le había dicho que era para llevar!
—No me importa, no es mi problema. ¿Quieres algo más?

Lo miré con ganas de ahorcarlo. Me dio rabia que hubiese sido tan grosero y que para completar hubiera lanzado la comida al fondo de la caneca. Me llené de motivos para insultar internamente a los españoles, para justificar que en este momento estuviesen en crisis y que tuviera todas las desgracias que llevaban (y siguen llevando). Ya había alimentado un poco de aquel odio irracional con los maltratos en el aeropuerto, pero la botada de la comida ya era la raya. Por aquel entonces me faltarían por un lado, diez meses para ir a España y comprender que no era cuestión de nacionalidad y que si bien hay españoles mala leche que se merecen que los llamemos euracas, también hay otros, buenas gentes, que son trabajadores y que no andan metiéndose con los latinoamericanos. Además me faltarían un par de meses en París, para comprender que como en Saint Michel y sus alrededores hay muchísimos turistas, los meseros, de la mayoría de restaurantes, siempre andan con un humor de perros, a toda hora, todos los días, tratando al cliente (sea colombiano, gringo o sueco) como si fuera un animal.






Aquella experiencia me llevó a salir un poco enfadado, refunfuñando entre dientes y echándole la madre a todo lo que se atravesara. Uno de aquellos lugares que se atravesó sin quererlo ni beberlo fue el Cinéma André des Arts ubicado en el 30, rue Saint-André des Arts, cerca de la estación de Saint Michel (que por aquel entonces no tenía en mi cabeza de la misma forma en que ahora la tengo). Me llamó la atención ver que en un par de minutos iban a presentar Los siete samuráis, película de Kurosawa que había visto en mi casa a través del DVD y que me había parecido buena. En aquel momento que estaba frente al teatro, no sabía que éste había sido fundado en 1972, ni tampoco que hay muchísimos otros como éste en toda la ciudad. Solamente me pareció curioso y por tanto, pagué los siete euros de la entrada, a sabiendas de que no habría hecho lo mismo en Colombia.






Mal de turista podemos llamar, el mismo que me haría pagar un día después 50 céntimos por la entrada al baño del Subway de Saint Michel (al frente del Sena). En todo caso me dirigí a una taquilla lo más de bonita, para decir con un francés bien charro “un ticket, si vous plait”. La señora me entregaría el billete, luego de recibir los siete euros que costaba la entrada, que yo le mostraría posteriormente a la mujer en la puerta de aquella sala en donde hubo muchas sillas, pero pocas personas. Como es normal en una película hubo trailers, sala oscura y voces en japonés subtituladas en francés. Creo que así no hubiera visto la película antes, la hubiera entendido igual, porque se hace entender sin importar el idioma (o de pronto es una simple elucubración que hago luego de haber visto la película en un idioma que manejo). Al finalizar el primer acto (porque fue presentada en dos actos) salí y me enteré que uno de los asistentes era un colombiano, que me deseó suerte en mi búsqueda de apartamento y que tendría en Facebook durante dos semanas antes de que él me eliminara.  De aquel día me acuerdo que apenas terminé la película, me fui a caminar por la ciudad, perdiéndome y escribiéndole por mensaje de texto a una chica paquistaní que había conocido en el curso que me había perdido. Ella me “felicitó” por haber hecho algo tan “bueno” en París como es perderse y volvió a su vida de siempre. Un par de días después me enteraría que ella no quería salir conmigo o peor aún, que le fastidiaba que le hablara. Nunca me dijo nada directamente, pero en español, inglés o francés; ya sea de Colombia o de Taiwán, las mujeres se fastidian de la misma manera y en todos lados se encargan de hacérselo saber a uno, ya sea por medio de las palabras o por medio del lenguaje corporal. En fin. París me tenía reservadas varias sorpresas (sobre todo negativas) y apenas estaba empezando a descubrir las cosas, estaba empezando a desmitificarme de una ciudad tan bonita y de un mundo que nos venden en Colombia como algo extraordinario (real-imaginario o utilicen el cliché que ustedes deseen).



Hace un par de semanas fui con una amiga brasileña al museo de Orsay para dar una vuelta por allá y mientras caminábamos, ella me comentó en un ataque de sinceridad, que luego de pensarlo creía que no podía dejar de pensar en que cuando estábamos en nuestros países de origen, todo el tiempo estábamos imaginándonos París y sus lugares como algo mágico, pero una vez ahí, todo perdía ese encanto casi sobrenatural. En aquel momento no le entendí del todo sus palabras, puesto que estábamos en un lugar que me sigue deslumbrando (sobre todo por las pinturas de Van Gogh). Pero ahora que escribo este pequeño vomito de palabras, creo entender qué era lo que me quería decir, porque un teatro de cine, por más que lleve más de treinta años en el mercado, por más cine-arte que presente y por más París que sea, no dejará de ser un teatro de cine; como aquel que visitaba en la séptima en Bogotá hace ya mucho tiempo (por un precio muchísimo más bajo) o como aquel al que fui en Bucaramanga un par de veces en los últimos meses en los que viví en la casa de mis papás.